Vacuna contra la COVID-19 en un tratamiento inmunosupresor
Desde que inició el proceso de vacunación en el país, han surgido muchos cuestionamientos frente a la vacuna contra el COVID-19, es por esto que se hace hoy un llamado a la responsabilidad con el uso y manejo de la información, para evitar mitos alrededor del tema que puedan ocasionar abandono o postergación de tratamientos médicos de base para pacientes que los necesitan.
Dentro de los grupos afectados por este tipo de imprecisiones, se encuentran los pacientes que están siendo tratados con inmunosupresores, puesto que repetitivamente se generan dudas frente al interrogante de si dichos pacientes pueden o no recibir la vacuna. La respuesta es sencilla: no solo pueden, deben hacerlo.
Para estimular la respuesta inmunitaria, el sistema de muchas vacunas consiste en inyectar el virus vivo en los organismos. Sin embargo, no es el caso de las vacunas aprobadas contra el COVID-19, estas están basadas en partículas virales inactivas, es decir, que son incapaces de replicarse y reproducirse, pero mantienen las características necesarias para que el organismo genere una respuesta inmune produciendo anticuerpos contra todas las proteínas del virus1.
Nuestro sistema inmunitario reconoce que la proteína es un cuerpo extraño y comienza a generar una respuesta inmunitaria y a producir anticuerpos, como sucede cuando se produce una infección natural por el COVID-19. Lo que quiere decir que las vacunas aprobadas hasta la fecha pueden ser administradas en pacientes inmunosuprimidos, ya que no se inyectará el virus vivo, y se anticipa que el perfil de seguridad sea similar en este tipo de pacientes que en la población genera.
Es importante aclarar que no se debe interrumpir el tratamiento inmunosupresor para recibir la vacuna. Esto implicaría un riesgo de recaída de la enfermedad de base que ya se encuentra controlada y podría ser peligroso para el paciente. Tampoco se debe modificar la pauta de administración del tratamiento inmunosupresor y siempre se debe estar bajo el control del médico de cabecera. Los expertos recomiendan la vacunación en un momento en el que la enfermedad de base esté controlada.
Los científicos han estado estudiando y trabajando en las vacunas de virus inactivos por décadas. El interés en éstas aumentó porque se pueden desarrollar en un laboratorio, con materiales que están disponibles fácilmente. Esto significa que el procedimiento se puede estandarizar y ampliar para que el desarrollo de la vacuna sea más veloz que los métodos tradicionales de producción.
Aunque la tecnología con la que se desarrolló la vacuna contra el COVID-19 es nueva, la base biológica es sólida y se ha estudiado para las vacunas contra la gripe, el zika y la rabia.
Asimismo, las vacunas fueron sometidas a los mismos estándares rigurosos de seguridad y efectividad que todos los demás tipos de vacunas y cuentan con la aprobación u autorización para uso de emergencia por parte de la Administración de Alimentos y Medicamentos por lo que las vacunas disponibles en la actualidad están basadas en tecnologías que no suponen ningún riesgo.
Los efectos secundarios más comunes de la vacuna son leves y pueden incluir cierto malestar general, dolor en el lugar de la inyección e incluso fiebre, pero estos síntomas son transitorios y suelen desaparecer en 24-48 horas. La seguridad de las vacunas está confirmada por las millones de aplicaciones que se han dado a nivel mundial con muy pocos eventos adversos.
La vacunación contra el COVID-19 es la manera más segura de contribuir a generar protección.